Cuentan las crónicas figuradas que el correo del rey volaba por el Camino Real desde Sevilla. Tras varias semanas de viaje al galope el mensajero ponía pie a tierra en la ermita de Remesal. Solo le aguardaban unas pocas leguas para avistar el alfoz de la Puebla de Sanabria y el señorío. El jinete atajó por las tierras del proclamado como soberano de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarbe. Semanas llevaba sobre la montura, sin descansar, desde que partió de Sevilla casi entrado abril. En las posadas saltaba de un caballo a otro, sin entretenerse más que cambiar las alforjas repletas para el camino que iban mermando. Solo las horas de la oscuridad le permitían alojarse en el mejor jergón de paja de las hospederías. Los distintivos reales le
abrían el paso al mejor asiento cerca de la lumbre y la mesa de las viandas calientes caldo y castrón. Aunque la primavera se acababa de marchar la noche al raso era áspera. Ásperos eran también los encuentros con los asaltantes de los caminos.
El Rey, mediado el año onceno de su coronación, encomendó a Millán Pérez de Aellón tomar las disposiciones para que el documento fuera escrito de inmediato. Aellón encargó a Juan Pérez de Cibdat que redactara urgentemente el privilegio Real dictado ante los infantes, los nobles, obispos y vasallos, maestres y adelantados del reino. Alfonso estampó el sello real sobre la cera caliente del pergamino redactado cuidadosamente. El sello era ley soberana para otorgar privilegio a los fieles a la corona. El recado de Su Majestad era urgente, más que urgente importante para sus súbditos que pedían la protección del Rey frente a las insidias de los nobles dueños del lugar.
La villa vivía sin noticias de su Rey desde el último Consejo Real del Sabio. Tras la guerra los nobles seguían reclamando tributos al pueblo sin compasión. El mensajero cayó al suelo fruto de su agotamiento. Necesitaba un respiro y un poco de agua para recobrar el porte real de un representante enviado del señor de los señores. Esperó sentado en un rebollo, la llegada de los campesinos que venían de las tierras que cogían esplendor con la incipiente cosecha. Asustados aquellos hombres y mujeres temieron una nueva guerra que arrasaría sus pocas cosechas del año. El mensajero les tranquilizó. Quería solo refrescarse y asearse para comparecer ante el Gobernador de la Villa. Le llevaron en volandas a una cocina. El agua del caldero estaba siembre caliente, en la trébede sobre la lumbre. Le prepararon una palangana y unos paños de lino para componerse. Las mujeres y los hombres salieron de la estancia al corral sin alejar del todo la preocupación.
Unas horas de descanso en el escaño sirvieron para componer su vestimenta y su moral. Se colocó la armadura y la cota de malla, y añadió el yelmo, gola y cubrenuca. Más que un paje emulaba a los señores de la guerra. En los brazos codales, brazales y guanteletes. Sobre los hombros la capa con los colores del rey que también poseía las tierras de Sanabria. A su caballo le colocó el frontal y la capizana en las crines, y unos ricos faldones con los escudos del rey en la pechera, los flancos y la grupa. Caballo de guerra para llevar la buena nueva de la Corona ausente en tierras de Hispalis.
Salió de Remesal al paso. Entró al trote por los campos bajos de la villa junto al río Tera. Atravesó por el puente de madera y se presentó en los bajos de la Puebla al galope. Ascendió por la Costanilla y refrenó al caballo tirando de las riendas en la plaza del Castillo ante la casa del Gobernador.
– Gritos dan en el Arrabal. -¡El mensajero del Rey acaba de llegar!- El mensajero sacó cuidadosamente de sus alforjas el pergamino envuelto en una tela de lana y se lo entregó inclinando la cabeza ante el todavía señor de la villa. – Me envía Su Majestad el Rey Alfonso. El Gobernador comenzó a leer, primero para sus adentros y luego en alto para gozo de los villanos que se arremolinaban en la plaza del Castillo.
“Privilegio dado por el rey don Alonso X, el Sabio, en Sevilla a 19 de Mayo de la Era 1301 (año 1263), reformando el fuero dado a la Puebla de Sanabria por el rey don Alonso IX de Leon en 1.º deSetiembre de la Era 1255 (año 1220) ” “EnSenabria no haya regateo de pescado fresco de río, ni de liebre, ni de coneio, ni de perdiz, ni de madera.” “Todos los moradores que son del término de Senabria e del alfoz, vengan á Senabria á juicio sobre las contiendas que ovieren, e si en tres no se acordasen, vengan á juicio del Rey.” “E otrosí, todos vengan adobar el castiello cuando fueren llamados, e non paguen portazgo de las cosas que vendieren e compraren. Aquestosfueros otorgo yo Don Alfonso, salvo al derecho de mío señorío e de todos los reyes que regnarán en mío logar, e porque nonpud meter en esta carta todos los buenos fueros por los cuales Senabria vale mas, confirmo e prometo que vos de siempre fueros a valor e acrecimiento de vuestra puebla. Fecha la Carta en Era de mil e doscientos e cincuenta e ocho años, el primer día de Setiembre.”
Me contaron así una vez.
Araceli Saavedra Fernández, aldeana letrada en un lugar del Alfoz de la Sanabria.